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Por el "boulevard" de la utopía
20 décembre 2010

Una aproximación a la realidad

A lo largo de la historia, nos encontramos con grandes explicaciones de los acontecimientos que nos muestran cómo las grandes potencias se forjaron en el continuo devenir de la humanidad. Estas argumentaciones, en la mayoría de las ocasiones, se encuentran sustentadas en el análisis de cómo una determinada nación consiguió elevarse y superar las grandes dificultades de su época con el fin de erigirse como una gran potencia civilizadora que daba ejemplo al resto del mundo y, que a su vez, mantenía sus coordenadas de poder sobre gran parte de esta totalidad. En las clases de historia siempre nos enseñan a admirar los grandes imperios pasados y las grandes potencias surgidas que han aportado modelos de civismo sobre los que se fundamentan los grandes principios actuales.

Sin embargo, esta realidad tan aparentemente simple y, a priori, sin ninguna esmerada reflexión, centrada exclusivamente en la admirable capacidad de cada Estado o nación para elevarse frente al resto según sus capacidades y aptitudes, puede ofrecer una explicación sencilla de cómo se ha originado hasta nuestros días la organización de nuestro mundo. Pero a la vez, este punto de vista refleja una visión distorsionada de cómo se ha conformado hasta hoy la realidad.

La clave de toda esta cuestión es la “unidad de análisis”, es decir, aquella medida que se utiliza para ser analizada y que ofrezca como resultado una determinada comprensión del entorno político-económico que nos rodea. Si se elige como “unidad de análisis” los Estados, observaremos la historia desde un punto de vista individualista y aislacionista, como si cada Estado tuviera la capacidad de crecer y progresar debido únicamente a su aptitud para llevar a cabo esa empresa y no dependiera de ningún otro factor externo para conseguir dicho ascenso dentro del mundo.

La comprensión del mundo vista desde una “unidad de análisis” como es el Estado-nación provoca dejar al margen el entendimiento de los procesos reales que se sucedieron en épocas pasadas y que contribuyeron al ascenso de las grandes potencias, mientras que otras partes del planeta permanecían en la periferia. Por ello, esta “unidad de análisis” debe centrarse en el “sistema-mundo”, modo en el que Wallerstein describe su teoría. Es decir, es necesario tener como punto de partida el “sistema-mundo” en su totalidad para poder llegar a una perfecta comprensión de los procesos e interacciones que se producen en todo el planeta. Las hegemonías no se explican por la existencia de grandes capacidades dentro de una misma nación, sino que también deben ser entendidas a través del análisis de otros factores, como la existencia de una periferia cuna de esclavos y de materias primas a través de la cual se mantiene un sistema de explotación a base del progreso de una determinada potencia. Este hecho lo continúa explicando Wallerstein al afirmar que, el “sistema-mundo” definido como una única división del trabajo y múltiples sistemas culturales, puede dividirse en dos: por un lado, “imperio-mundo” es decir, una única división del trabajo y un único sistema político, como ejemplo las grandes civilizaciones como China o Egipto. Por otro lado, en el siglo XVI se rompió esa tendencia y nos encontramos con el surgimiento de la “economía-mundo capitalista”, lo que conlleva una única división del trabajo y diferentes identidades políticas y culturales, o lo que es lo mismo, vivimos bajo un marco de diferentes sistemas políticos y un único componente económico: el capitalismo.

Bajo el trasfondo de estas ideas han surgido debates como el de Frank y Laclau. El primero de ellos, parte del concepto de “desarrollo del subdesarrollo”, donde este último concepto era un factor clave y necesario, no se podía considerar como una etapa de transición, sino que era el resultado de “cuatro siglos de capitalismo”. Posición que se opone a la visión del marxismo ortodoxo de América Latina, donde, como ejemplo, Laclau rechaza que en esta zona se hubiera desarrollado la teoría capitalista desde el siglo XVI mientras que argumenta que existía un conjunto de sociedades feudales. Pero lo que en realidad es necesario tener en cuenta es que lo que se estaba produciendo eran relaciones de poder que se encontraban relacionadas con la “economía-mundo capitalista”. En aquella época, América Latina formaba parte del mercado común que impone este modelo basado en una única división del trabajo y en una acumulación de capital sin fin. Por ello, la tesis que hay que tener en cuenta es que nada se puede disociar de las relaciones geográficas que se producen a nivel global.

Esta teoría del “sistema-mundo”, como explican los soportes audiovisuales, ofrece una explicación estructuralista de las desigualdades globales y nos habla de tres componentes geográficos. Por un lado, el centro, donde se encuentran los países encargados de dominar el sistema, con un gran desarrollo en los sectores productivos, que a través del sistema capitalista intentan ascender en los puestos globales. Además, gozan de estructuras políticas fuertes y estables, es decir, un poder-bloque fuerte, que mantiene su estabilidad; un escalón más abajo, se encuentra la semi-periferia, ubicada en una situación de explotador y explotada. Pues, por un lado, explota, en la medida de sus posibilidades a los países de la periferia, que se encuentran en un estrato inferior a ellos y, por otro lado, es explotada por los países del centro. Su objetivo es conseguir ascender y encontrar un sitio en el centro. Por último, la periferia, los más débiles en todos los aspectos, son explotados tanto por el centro como por la semi-periferia en cuanto a mano de obra o a materias primas. Sus gobiernos son inestables regidos por líderes débiles que sirven al sistema capitalista. Además, otro factor a destacar, es que no se puede generar una conciencia de explotación pues parte de esta población trabaja para servir a los intereses capitalistas, por lo que una unión con el resto de proletarios conllevaría una pérdida de intereses para estas capas. El resultado final: siguen permaneciendo en la periferia, pues es necesario tener claro que se necesita una zona con estas características para que la “economía-mundo capitalista” siga funcionando.

Ante esta división geográfica, otros autores, como Rostow, aluden a la teoría de la modernización, por la cual sería necesario que los países que se encuentran en la periferia imitaran el proceso de industrialización que han seguido las grandes potencias para que consiguieran ese desarrollo. Esta posición implica situar a los países de la periferia en una posición de retraso respecto a la situación de las grandes potencias, olvidando por completo la verdadera “unidad de análisis” que es explicada tanto por los teóricos de la dependencia, donde el subdesarrollo depende del capitalismo, como por los analistas del “sistema-mundo”, ya explicado con anterioridad.

Estas claves geográficas se relacionan con tres escalas explicitadas por Taylor, la escala nacional representada por la ideología; la escala local que se corresponde con la experiencia y la escala global relacionada con la realidad. Una vez más, al analizar todos estos fenómenos se produce el mismo problema: la “unidad de análisis”. Pues el centro de todas las reflexiones se basa en la escala de la ideología, aquélla que representa las ideas de los Estados-nación y que ofrece una visión parcial del sistema, de tal manera que, deforma la Realidad, es decir, ignora los procesos que se producen en la totalidad del sistema. De esta forma, cuando Taylor afirma “el modelo geográfico de la ideología que separa la experiencia de la realidad”, nos quiere decir que la constante y continua visión de los elementos sistémicos desde el punto de vista del Estado-nación deforma la comprensión del mundo que nos rodea, de tal manera, que la esfera de la Realidad, que representa, valga la redundancia, la verdadera realidad holística es olvidada y alejada de lo que pasa en la esfera de la experiencia, es decir, del día a día de los ciudadanos.

El componente político del “sistema-mundo” es un sistema interestatal, donde el conjunto de Estados se encuentran basados en un componente económico: el capitalismo, sistema basado en un mercado común con el objetivo de una acumulación de capital sin fin. A su vez, se ve acompañado de componentes sociales.

 En primer lugar, las clases sociales, que aunque gozan de una mayor complejidad pueden dividirse en función de su relación con los medios de producción en capitalistas y proletarios y, en segundo lugar, los grupos de estatus conformado por las etnias, la raza, el género, etc. Todos estos componentes explican las relaciones existentes dentro de la “economía-mundo capitalista”, de tal manera que, los grupos de estatus del centro del mundo occidental europeo se encargaron de desarrollar un sistema de producción global basado en las relaciones de centro y periferia. Durante un tiempo estuvo centrado en la esclavitud y ahora se ha creado un nuevo tipo de esclavos, pues tras los procesos de descolonización se crea un nuevo tipo de servidumbre. Así, los ex-colonos van a seguir sirviendo a sus antiguos opresores. Esta idea pone de manifiesto que el “sistema-mundo” “economía-mundo capitalista” reinventa continuamente la opresión para que exista esta tensión del centro y periferia y, para que el progreso sólo sea unidireccional, es decir, se dirija a los países del centro.

Un intercambio desigual como explica Emmanuel, donde el nivel de compensación de los trabajadores de la periferia es mucho más bajo que el de los trabajadores del centro, es otro de los resultados del contexto que estamos describiendo. Los productos de la periferia que han sido trabajados a bajo coste son intercambiados con el centro, donde se consigue una gran tasa de beneficio. El resultado es el envío de grandes “plusvalías” a los países del centro.

Pero en el centro siempre existe una potencia hegemónica que implica, como indica Taylor, un dominio en la esfera ideológica, política y económica. A lo largo de la historia, se han desarrollado la hegemonía de las ciudades-Estado italianas, la holandesa,  la británica y la estadounidense. Esto significa que dentro del sistema interestatal, una gran potencia se impone al resto, de tal manera que, el resto de naciones se convierten en estados clientes. Siempre que se produce una reestructuración del sistema aparecen dos potencias aspirantes a ser el “hegemón” y al final una se impone. Para llevar a cabo esta reestructuración, un mecanismo fundamental es la guerra que destruye todo y deja el camino preparado para que otra potencia hegemónica ascienda. Estos ritmos son cíclicos pero eso no significa que sea, como dice Arrigui, un eterno retorno de lo mismo, pues estos “contenedores de poder” han variado a lo largo de la historia. Por ejemplo, mientras que las ciudades estados italianas acumulaban el poder ampliando el capital dinero; con los británicos se produjo una fusión completa del capitalismo y el imperialismo. El hecho común es que ocupan una posición hegemónica durante un periodo de tiempo y, como explica Taylor, crean la imagen del mundo futuro que otros países deben emular.

Esta hegemonía se debe a la existencia de una alianza en los países del centro entre las grandes empresas y los Estados fuertes. De tal manera que, para entrar en el juego con el monopolio de las empresas es sólo posible participar desde la fortaleza política del centro que, a su vez, únicamente puede mantener su estatus político a través de la tecnología ofrecida por el monopolio de estas empresas. Esta interdependencia es la que provoca que se mantenga la supremacía global de los países del centro. En resumen, se puede afirmar que la supremacía política la conseguirá a través de la supremacía económica adquirida a su vez por el intercambio desigual, ya explicado. El resultado es la victoria de los más fuertes y la derrota de los más débiles.

Los ritmos de los ciclos sistémicos del “sistema-mundo” seguirán repitiéndose, cada uno con sus características, siempre existirá un nuevo “contenedor de poder”, lo que conlleva que permanecerán las tensiones entre centro-periferia y, sobre todo, los más débiles seguirán siendo los oprimidos. Términos como proletarios, opresión, capitalismo, poder, centro, hegemonía, desigualdad o explotación seguirán formando parte del perpetuo imaginario que recrea y reconstruye el “sistema-mundo” “economía-mundo capitalista” que nos hace esclavos de dichos conceptos.

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  • "LA UTOPÍA ESTÁ EN EL HORIZONTE. CAMINO DOS PASOS, ELLA SE ALEJA DOS PASOS Y EL HORIZONTE SE CORRE DIEZ PASOS MÁS ALLÁ. ENTONCES, ¿PARA QUÉ SIRVE LA UTOPÍA? PARA ESO, SIRVE PARA CAMINAR" EDUARDO GALEANO
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